Del ecologismo, la jardinería y la lucha de clases (Ecología y clase #001)
O por qué la frase "El ecologismo sin lucha de clases es jardinería" es políticamente nefasta
Es habitual escuchar la frase "el ecologismo sin lucha de clases es jardinería” como si fuese una crítica afilada y profunda. La frase es habitualmente atribuida a Chico Mendes, un activista sindical y ambiental brasileño asesinado por su militancia ecologista, pero como suele ocurrir en estos casos no hay pruebas de que sea así y surge en realidad de un artículo de Eduardo Galeano. Independientemente de la autoría, más que una crítica profunda es una idea con consecuencias políticamente nefastas, especialmente en medio de una crisis ecológica cuyos efectos son cada vez menos difíciles de imaginar.
Ecologismo sin lucha de clases.
Mi primera objeción a esta frase es referirse al ecologismo en términos de jardinería. ¿Por qué jardinería? Porque es un hobby, una actividad ornamental o terapéutica para el que la realiza, pero que no es una necesidad. Un jardín tiene una función estética y de goce personal pero no es indispensable. Es un pasatiempo, algo que puedes hacer cuando tienes tus necesidades básicas cubiertas. Los ecologistas conocemos bien esta crítica, bien ochentera, que asocia al ecologismo a los famosos valores postmateriales y a determinados sectores de las clases medias occidentales que comenzaron a votar a los partidos verdes1.
Sin embargo, la esencia del paradigma ecologista es mostrarnos que las sociedades humanas son dependientes de unos ecosistemas finitos, es decir: dependencia y límite son sus conceptos fundamentales. El problema fundacional del ecologismo es cómo construir sociedades humanas ambientalmente sostenibles en el largo plazo, es decir, manteniéndose dentro de los límites de su entorno ambiental, los límites planetarios si pensamos a nivel global. En este sentido, Los límites del crecimiento es probablemente el manifiesto fundacional del ecologismo moderno.
Realmente, en medio de una crisis ecológica que amenaza la posibilidad de una vida decente para miles de millones de seres humanos y animales ¿podemos hablar del ecologismo como jardinería sin avergonzarnos? Comparar la ecología con la jardinería es de una ceguera propia del siglo pasado. Si hay una metáfora que define al ecologismo no es la jardinería; es la horticultura, el cuidado y trabajo de nuestra huerta común, un recurso finito del que en última instancia dependemos todos. Sí, efectivamente, los productos de ese huerto común se producen y se reparten más o menos injustamente en función de unas relaciones de producción (desde la coerción directa a la forma-valor) históricamente determinadas por la lucha de clases y la lucha entre estados, pero en ningún caso son las plantas que decoran la habitación, son la comida que llena las neveras.
Lucha de clases sin ecologismo
Mi segunda objeción a la frase es su asimetría. Hablar de ecologismo sin lucha de clases pero no decir nada sobre la lucha de clases sin ecologismo debería hacernos sospechar de las intenciones del que la dice. Durante un tiempo, reflexioné mucho sobre esto y exploré distintas metáforas, como repartirse las cenizas o ampliar el cementerio, sin mucho acierto la verdad. Lo que muestra la asimetría de la frase es una subordinación implícita del ecologismo a la lucha de clases. El ecologismo sin lucha de clases es algo incompleto y secundario, la lucha de clases sin ecologismo es válida por sí misma. Completa, perfecta: lo que verdaderamente importa.
Esta visión surge de una casualidad histórica: el ecologismo no se deduce lógicamente ni de la lucha de clases ni del pensamiento de izquierdas, pero a nivel histórico el socialismo antecedió al ecologismo, lo que tiene como consecuencia que el proceso se haya repetido habitualmente en lo personal: la mayoría de nosotros probablemente fuimos antes de izquierdas que ecologistas. La mayoría de la gente es ecologista porque es de izquierdas, porque va en el pack.
Precisamente por este casual antecedente histórico, la primacía material del ecologismo sobre la lucha de clases es una idea más polémica e incómoda para muchos. Como dice Emilio Santiago en Contra el Mito del colapso ecológico «Es necesario reposicionarse […]. Los derechos laborales, de género o raciales se pueden perder. Pero se pueden reconquistar en el vaivén de las movilizaciones y sus ciclos. Una derrota ecológica, en este punto crítico de la historia, sería irreversible»
Esta visión, que comparto, supone darle la primacía material al ecologismo. Como digo, puede ser una idea polémica pero, en última instancia, es cierta. La lucha de clases es un proceso de reparto de recursos y productos en sociedades que, para sostenerse, deben respetar los límites del planeta. Uno puede concebir “un planeta sin lucha de clases”, sea bajo la forma del comunismo o bajo la forma de una opresión absoluta, pero no hay lucha de clases sin planeta, sin productos y recursos que disputar o repartir.
Estas diferentes relaciones de precedencia y primacía tienen una importancia relativa, pero como en política la historia y la identidad siempre ganan a la lógica, el principal problema que tenemos hoy es la tendencia natural a subordinar el ecologismo a la lucha de clases, como muestra la frase con la que empezaba el artículo. Una propuesta socialmente justa pero ecológicamente perjudicial es hoy en día mucho mejor aceptada que una propuesta ecológicamente necesaria que pueda tener rasgos socialmente injustos. Como la identidad fundamental es la izquierda, cuando se produce una contradicción con el ecologismo la disonancia se resuelve a favor de la identidad fundamental, independientemente de la importancia real en cada caso de la justicia social y el efecto ecológico.
Seguramente la izquierda fue un paso necesario, históricamente y a nivel individual, para desarrollar el pensamiento ecologista. Hoy, sin embargo, es necesario patear esa escalera para poder seguir avanzando.
Koiné
Para afrontar lo que viene es necesario pelear que el ecologismo no está subordinado ni teórica, ni práctica, ni políticamente a la lucha de clases o al socialismo. Al contrario, deben ser considerados dos paradigmas distintos y autónomos, con visiones del mundo y problemas fundacionales distintos de las que surgen teorías y prácticas diferentes aunque no incomprensibles entre sí. Este es el primer paso para que el diálogo entre ecologismo y socialismo pueda producirse en pie de igualdad, en tanto que paradigmas autónomos pero mutuamente inteligibles. Una condición prácticamente imprescindible para el enriquecimiento común.
También es necesario asumir que es un diálogo contingente, como cualquier otro encuentro político y teórico. No hay nada en el ecologismo que lo haga estar necesariamente ligado a la lucha de clases, ni viceversa, sino que ambos deben encontrarse y negociar en cada conflicto y ante cada problema. Es inútil buscar una teoría o una práctica general de la “transición ecológica justa” o del “sindicalismo verde”. En lo práctico, habrá que buscar compromisos parciales e imperfectos más o menos duraderos en el cierre de sectores contaminantes que afecten a sus trabajadores, o en la mejora de las condiciones de vida que aumenten la huella de carbono de las clases populares, o en las ayudas a la electrificación que favorezcan inicialmente a las clases medias.
Cuando los hablantes de dos lenguas comienzan a hablar entre sí pueden acabar produciendo un lenguaje nuevo: cuando se hace desde lenguas mutuamente inteligibles y desde la igualdad y no desde la subordinación lo que surge es una lengua koiné. Más que un sistema teórico elegante y perfecto, el ecosocialismo será el resultado imperfecto de una conversación conflictiva entre ambas tradiciones, que habremos de guiar hacia sitios productivos, hacia un lenguaje común: un koiné.
No hay nada asegurado en que esa conversación llegue a buen puerto, mucho menos que el ecosocialismo sea el lenguaje del nuevo siglo. Frente a la brutalidad de la crisis ecológica algunos tratarán de acallar el ecologismo bajo los gritos del fascismo fósil, pero otros muchos intentarán integrarlo sometido: desde capitalismo verde al ecofascismo. Son estos diálogos y silencios contra los que el ecosocialismo tendrá que competir por imponerse en las décadas que vienen.
Lo que nos jugamos en esta batalla política que es la crisis ecológica y sus respuestas es que siga existiendo la naturaleza y los ecosistemas de los que dependemos para vivir en el corto y en el largo plazo. El ecologismo no es un pasatiempo, es la lucha por la supervivencia de nuestra especie. No es elegir las flores que adornan el banquete, es salvar el huerto que pone la comida en la mesa.
Crítica que olvida la fecunda historia del “ecologismo de los pobres” y los diálogos habituales entre ecologismo y sindicalismo