La alternancia política en la transición ecológica
Cómo mantener el ritmo de descarbonización cuando cambia el ánimo político y los Gobiernos
Un sprint sociotécnico, un maratón político
La transición ecológica tiene una paradoja en su seno: es un sprint tecnológico pero es un maratón político. Para mantenernos dentro de los límites del planeta necesitamos un cambio radical y rápido en múltiples sistemas sociotécnicos que nos permiten producir, consumir, movernos, alimentarnos, etc. En términos socio-técnicos, la transición ecológica tiene que ser un sprint, un cambio acelerado de la base material y energética de la sociedad. La descarbonización total de la sociedad podría compararse en algunos aspectos a una revolución industrial en la que, a diferencia de las anteriores, existe un objetivo definido a largo plazo y, por tanto, una direccionalidad concreta ex ante. En ese sentido, podría compararse a las políticas de desarrollo económico, sólo que en este caso, no hay ningún modelo o país a imitar (no hay ningún país descarbonizado) sino que el destino final es una situación pensable pero aún no realizada, como las transiciones al socialismo del siglo XX.
Existen muchos factores que van determinar el ritmo y la dirección del proceso: la innovación tecnológica, la búsqueda del beneficio de las empresas tanto en el caso del capital verde que la impulsa (en una dirección concreta, claro) como en el caso del capital fósil y hace lo posible por retrasarla, la especulación y las burbujas técnico-financieras, la movilización ciudadana a favor o en contra y, por supuesto, las decisiones de los gobiernos en forma de políticas públicas1.
Pero para la descarbonización radical de la economía no hay balas mágicas ni tampoco basta un big bang tecnológico, sino que requiere del despliegue sostenido en el tiempo de numerosas políticas públicas y de regulaciones en multitud de sectores2 a lo largo de varias décadas. Políticas que en muchos casos necesitarán y provocarán cambios sociales, institucionales y culturales profundos. Teniendo en cuenta la cada vez mayor aceleración de los ciclos políticos, este sostenimiento político durante décadas implica que en términos político-electorales la transición ecológica es una maratón.
En sociedades democráticas y plurales como son la mayoría de las sociedades occidentales un proceso tan largo estará sujeto necesariamente a alternancia política, es decir, cambios de “clima político” (jejeje) y, en última instancia, de Gobierno que serán liderados por ideologías y partidos con diferentes visiones de la descarbonización, de su urgencia, del marco legal adecuado para llevarlo a cabo o de quién debe ganar o perder principalmente con ella.
Al igual que en el siglo XX los partidos se fueron alineando en torno al eje izquierda-derecha que resumía una serie de cuestiones sociales como la redistribución fiscal o la intervención del estado en la economía, en el siglo XXI los partidos, ideologías y movimientos se irán orientando en torno a un clivaje climático y alineándose en torno a un eje clima/retardo-negacionismo. Podemos considerar ese eje como una proyección que resume las visiones de la urgencia climática y el efecto de múltiples políticas públicas en favor o en contra de la transición ecológica. En cada país y en cada elección, ese clivaje tendrá que competir y organizarse respecto al resto de clivajes existentes (el eje izquierda-derecha, el eje global-local, la edad, urbano-rural, etc) modificándose mutuamente3.

Cinco maneras de mantener el ritmo de la transición ecológica
Teniendo esto en cuenta, la pregunta clave de las próximas décadas para el ecologismo político es cómo mantener el ritmo de la transición ecológica en condiciones de alternancia política. Creo que existen diferentes fenómenos, en los que me gustaría profundizar en próximos artículos, que pueden dificultar que la alternancia política reduzca el ritmo de la descarbonización. Por un lado tenemos tres posibilidades que afectan a la dinámica político-institucional:
Victorias políticas climáticas
Parafraseando a Bertolt Brecht podríamos decir que las victorias climáticas serán las victorias del bloque climático, así que la primera posibilidad es aumentar la competitividad política de éste: que sea capaz de ganar más y más elecciones, tener gobiernos más fuertes, poder impulsar más políticas, etc. Esto implica dos grandes cuestiones: la primera es cómo conseguir que las políticas climáticas y la visión de una transición ecológica justa y rápida sean ganadoras. Pero es ingenuo pensar que esto va a ocurrir siempre, así que la segunda cuestión es igual o más importante: qué hacer cuando no lo son.
Consenso climático
Otra posibilidad es la creación de un “consenso climático”, similar al consenso keynesiano de posguerra o al consenso neoliberal tras la caída del Muro, de manera que los efectos de la alternancia política son menores porque los pilares fundamentales del modelo (en este caso la descarbonización) no están en duda: se “despolitizan”, al menos parcialmente. Teniendo en cuenta la importancia en Europa del eje izquierda-derecha, la cuestión clave aquí es si es posible tener una derecha climática hegemónica y cómo conseguirla. Y también, qué renuncias implica para la izquierda (climática).
Instituciones climáticas
Una tercera posibilidad son cambios de nivel institucional superior que restrinjan el marco legal y administrativo limitando cuánto pueden cambiar los gobiernos las políticas de descarbonización. A nivel estatal esto implicaría introducir modificaciones constitucionales que impidan pasos atrás o que tengan como efectos suelos mínimos al ritmo de descarbonización. A nivel supraestatal implicaría la adaptación de instituciones existentes (como la UE o el Banco Central) o la fundación de nuevas instituciones (Xan López habla a veces de un Fondo Climático Internacional) a las que se transfiere una cierta soberanía o derecho de veto.
De alguna forma, estas tres posibilidades se construyen una sobre la otra. Los consensos políticos amplios, como el de posguerra y el neoliberal, se construyen sobre victorias aplastantes o sucesivas (Roosevelt, Attlee, Thatcher o Reagan) que obligan al rival a asumir parte de las posiciones del adversario. Igualmente, los cambios constitucionales o las transferencias de soberanía a entidades supranacionales sólo son posibles cuando existe un consenso político importante previo. Las instituciones, por supuesto, no viven en el vacío, y de hecho dependen, pero también determinan, de otros dos factores clave a tener en cuenta:
Dividir y dirigir al capital
Algunos aspectos de la transición ecológica ya están siendo una enorme fuente de beneficios para las empresas: renovables, movilidad eléctrica, industria verde, fondos de inversión, etc. Muchos otros lo serán pronto (y otros muchos no lo serán nunca). Al mismo tiempo,la transición ecológica puede suponer pérdidas millonarias para otras empresas si no son capaces de reconvertirse. La transición ecológica fracciona al capital en un “capital verde” con grandes intereses materiales en que la transición ecológica avance y en un “capital fósil” que hará todo lo posible por retrasarla mientras usan el greenwashing. De la misma forma, también afecta y “fracciona” al movimiento sindical. Por supuesto, el capital verde quiere una transición ecológica determinada y el ecosocialismo quiere otra diferente, así que la cuestión es si existen puntos donde ambos intereses coinciden, hasta dónde y con qué condiciones. Idealmente, el objetivo a corto plazo del ecosocialismo es conseguir dividir el capital y dirigir al capital verde y en el medio plazo, subyugarlo o sustituirlo. Para tener una transición ecológica rápida y justa en el corto plazo, seguramente necesitemos un capital verde más fuerte que el capital fósil pero más débil que el estado y la sociedad civil.
Movilizaciones ciudadanas y opinión pública
El último factor que habría que considerar es el papel de la sociedad civil: tanto las movilizaciones ciudadanas (sean a favor o en contra), como el ánimo de la opinión pública. En el ámbito climático vemos por un lado, un apoyo amplio pero tibio e inespecífico a favor del la descarbonización (como fueron las movilizaciones juveniles del 2019) y por otro oposiciones duras y concretas a aspectos determinados de la transición ecológica (como los chalecos amarillos de 2018 o las recientes protestas agrícolas) que se perciben como amenazadores o injustos aun cuando en algunos casos no se ponga en duda ni el cambio climático ni el objetivo general de la transición ecológica. Por supuesto, siguen existiendo oposiciones locales a infraestructuras fósiles o desastres ambientales pero lo que empezamos a ver, y es previsible que aumenten, son casos más delicados de oposiciones locales “en defensa del territorio” a infraestructuras verdes necesarias para una transición ecológica rápida y justa.
Es redundante, pero obligado, decir que estos factores no son en ningún caso independientes sino que desde autonomías relativas se codeterminan entre sí de una forma que seguramente no pueda ser reducida a un modelo general, salvo que se limite a generalidades. Las diferentes maneras en las que estos factores, y otros que no se me hayan ocurrido, puedan interaccionar en cada país o momento histórico no ponen en duda el hecho fundamental: una transición ecológica que se prolongue durante décadas estará necesariamente sometida a vaivenes políticos que afectarán al ritmo y a la forma de descarbonización.Los ecosocialistas tenemos el deber de plantearnos cómo es posible mantener el rumbo en esas aguas turbulentas. Es importante insistir en esto en este 2024 en el que medio planeta está llamado a las urnas.
Por supuesto, todos estos factores no sólo tienen efectos independientes sobre el ritmo de la transición ecológica sino que se afectan mutuamente determinando como otros factores lo hacen a su vez. Uno no puede pensar que las decisiones de los gobiernos no tienen en cuenta las movilizaciones ciudadanas o los intereses empresariales ni tampoco que no tienen un margen de actuación propio.
Todas ellas necesarias pero cada una de ellas con un efecto limitado, lo cual facilita oponerse a cada una de ellas en concreto sin necesidad de enmendar la totalidad.
Existen dos casos extremos de superposición total (el nuevo clivaje se confunde con existente, por ejemplo: izquierda climática - derecha retardista) u ortogonalización (el nuevo clivaje parte en dos el existente dando lugar a cuatro bloques: izquierda climática, izquierda retardista, derecha climática y derecha retardista).