Las consecuencias inciertas y el siguiente paso (Política y Clima #001)
Sobre la política cortoplacista y las transiciones a largo plazo
Madrugada de nieblas. Fotografía de Antonio Liébana
Tengo la firme convicción de que la lucha contra el cambio climático depende hoy fundamentalmente de la política: de nuestra capacidad de construir cuanto antes un bloque climático y democrático mayoritario (ojalá con grandes dosis de socialismo). Sin duda, la tecnología, la disponibilidad de minerales o combustibles fósiles y el precio de las energías renovables son importantes pero el verdadero nudo gordiano de la transición ecológica está en esa esfera autónoma, pero no independiente, que es la política. Supongo que esta visión tiene algo de deformación profesional pero, por si acaso, aclaro que no me refiero sólo a la política de los partidos y las instituciones, sino a una disputa mucho más amplia y difusa que atraviesa cotidianamente todo el cuerpo social.
Un aspecto que me obsesiona es que, entre otras cosas, la acción política es una acción consecuencialista en condiciones de incertidumbre radical, lo que provoca una enorme presión hacia el cortoplacismo. Por un lado, la política es un orden consecuencialista porque en él se actúa para obtener un fin, para lograr unas consecuencias, y en el que las acciones deben ser evaluadas, al menos en parte, por dichas consecuencias. De aquí surge, de hecho, uno de los grandes debates políticos (si no EL DEBATE): el de si el fin justifica los medios. La segunda característica es que la política siempre es un orden sujeto a incertidumbre radical - incertidumbre knightiana - donde no se pueden calcular riesgos ni probabilidades a los eventos porque estos son fundamentalmente impredecibles. Dicho en el inmortal trabalenguas de (el criminal de guerra) Donald Rumsfeld: hay cosas que sabemos que no sabemos pero sobre todo hay cosas que no sabemos que no sabemos. Esto no significa que no podamos saber nada. De hecho, el cambio climático es un ejemplo perfecto de que, en determinadas condiciones, podemos saber las consecuencias prácticamente seguras de seguir haciendo todo de una determinada manera, pero la regla general y, sobre todo, el aterrizaje concreto de esas macrotendencias es precisamente la contraria. La incertidumbre radical es una niebla que se hace más espesa cuanto más lejana es, por lo que limitarse al siguiente paso es fundamental para poder intuir las consecuencias deseadas en el corto plazo.
Una formulación que me gusta especialmente y que es mucho más elegante que “cortoplacismo” es la que dice Tronti que dijo Bloch que dijo Marx: “el único problema es siempre solamente el siguiente paso”. Podríamos decir que la política es, de hecho, el oficio del siguiente paso. Esto es obviamente problemático cuando se necesitan transformaciones profundas, persistentes y sistémicas como las que implican la transición ecológica o la superación del capitalismo. Este es un tema que me gustaría explorar en un futuro, pero dejo aquí un par de ideas.
La tendencia cortoplacista de la política ha llevado a los conservadores a pensar la política como simple gestión de lo existente, incapaz de transformaciones a largo plazo o, peor aún, en la que tener objetivos claros de transformación siempre tiene consecuencias desastrosas1. Esta política sin destino fue definida por el filósofo conservador Michael Oakeshott en una cita preciosa (y cargada de experiencia) que los que nos dedicamos a esto deberíamos tener siempre en cuenta no tanto como descripción sino como advertencia de una situación a evitar:
“En la actividad política, por tanto, los hombres navegan un mar que no tiene ni límites ni fondo; no hay ni puerto para resguardarse ni suelo para anclar, ni punto de partida ni destino fijo. La tarea consiste en mantenerse a flote y en equilibrio; el mar es a la vez amigo y enemigo; y el arte de navegar consiste en utilizar los recursos de una forma de comportamiento tradicional para convertir en amiga toda situación hostil”
Si la derecha suele caer en esta justificación del status quo, en la izquierda la necesidad de esas transformaciones profundas y duraderas nos suele hacer pensar que hay varitas mágicas fuera de la esfera política que nos permiten saltarnos la correosa e incierta fase de la construcción de mayorías sociales. Las revoluciones que hacen tábula rasa, las crisis terminales del capitalismo o, dentro de cierto ecologismo, los colapsos ecológicos son buenos ejemplos de estas varitas. También existen otras como la acción de los mercados o la fe en la tecnología más asociadas a otras partes del arco político.
Frente a la negación de la política o la negación de la transformación, quiero creer que la política sí puede tener capacidad transformadora profunda y a largo plazo (más nos vale, de hecho). Lo que pasa es que es un proceso colectivo mucho más complejo, embrollado y zigzagueante que las planificaciones de regla y cartabón o de conversión racional que la izquierda y el ecologismo a menudo nos hemos contado. La política es algo más parecido a lo que E. L. Doctorow dijo sobre escribir novelas: "es como conducir un coche de noche. Sólo puedes ver hasta donde iluminan los faros, pero puedes hacer así todo el viaje”. El problema, claro, es cómo evitar perdernos por el camino.
Esta fue una respuesta habitual del conservadurismo durante la guerra fría frente a las consecuencias de perseguir utopías a cualquier precio (ejemplificadas, para ellos, en la URSS pero que también aplicaría a la utopía neoliberal de un mundo regido por los mercados).