Las vías ibéricas al ecosocialismo
¿Cómo sería pensar un ecosocialismo factible en un país como la España de los 2020?
Un campo lleno de flores rojas y hierba verde - Fotografía de Helena Silva
El año pasado escribí una especie de manifiesto llamado Ecosocialismo factible al borde del abismo. A pesar de que ese manifiesto era todo lo contrario, acababa con una llamada a un ecosocialismo situado, basado en análisis concretos de la situación concreta, recuperando el concepto de vías estatales al ecosocialismo. Esta idea es una derivación casi natural de la centralidad de la política en la transición ecológica ya que la política es siempre contextual: ocurre en un país concreto, en un momento concreto, en unas instituciones (en sentido amplio) concretas. No es de extrañar, por tanto, que las dos “vías al socialismo” más famosas, la italiana y la chilena estén asociadas a políticos más que a teóricos: Togliatti y Allende. Políticos que enunciaron ambos conceptos asumiendo el marco democrático en el que tenían que trabajar y desmarcándose de modelos de transición al socialismo dominantes en su época y continente: el estalinismo soviético en el caso italiano, el foquismo guerrillero cubano en el caso de Allende. Por eso, desde que publiqué Ecosocialismo factible al borde del abismo me he estado obligando a pensar en esos términos, a intentar ir aterrizando las ideas de dicho texto al contexto geográfico, económico, social y político actual. ¿Cómo sería pensar un ecosocialismo en un país como la España de los 2020?1
A pesar de su diversidad geográfica, España tiene mucho sol y poca agua. Es un país con un 75% de tierras áridas en peligro de desertización que exporta frutas y verduras, un desierto que exporta agua. Es una península enorme pero poco poblada, con grandes zonas rurales vacías y ciudades densamente pobladas que la crisis climática amenazará con más incendios y con más olas de calor, respectivamente. España está situada por motivos geográficos e histórico-culturales entre Europa y África y entre Europa y Sudamérica, por lo que si la crisis climática empeora será una importante puerta de entrada de refugiados climáticos que el ecosocialismo tendrá que acoger e integrar.
Económicamente es un país cuyo capitalismo ha tenido en el sector inmobiliario-constructor, el turismo y una industrialización tardía y desigual sus vectores tradicionales de crecimiento. Con un déficit histórico de fuentes de energía barata en camino de ser superado por la revolución de las renovables. Con un Estado del bienestar débil y familiarista y un mercado de trabajo dual y con alta informalidad típico de los capitalismos mediterráneos. Una región semi periférica a los centros de poder del bloque global europeo en el que estamos insertos.
España es también una sociedad de clases medias con la vivienda clavada en el centro desde hace décadas, cada vez más desigual, donde un empleo digno y estable sigue siendo concebido como la principal fuente de bienestar a pesar de que el trabajo cada vez sea menos capaz de garantizarlo. Una sociedad envejecida donde una de cada seis personas ha nacido en el extranjero.
Es también un país atravesado históricamente por un fuerte eje izquierda-derecha desde hace más de un siglo y una plurinacionalidad nunca asumida ni bien conllevada por una parte importante de sus habitantes. Con una polarización creciente entre bloques ideológicos internamente diversos y en medio del fin de un ciclo político y social que ha durado prácticamente década y media y que ha reconfigurado tanto la izquierda como la derecha.
Ahora bien, la realidad es que España es uno de los países más diversos climática y geográficamente de Europa, variaciones asociadas en muchos casos a su gran diversidad nacional y política. Ambas realidades implican que el marco general se tendrá que decantar luego en una serie de vías ibéricas al ecosocialismo2. Sin embargo, la existencia de proyectos progresistas con diferentes visiones de la configuración del Estado (unionistas, regionalistas, federalistas, confederales e independentistas, y creo que no me dejo ninguno) no imposibilita la construcción de un proyecto de descarbonización común basado en la justicia social y territorial en el marco institucional actualmente vigente, incluso mientras algunos trabajan por su reforma o su superación.
Es esta sociedad y no otra la que se enfrentará a la crisis climática global y la descarbonización. Con nuestra historia concreta, con nuestras fracturas sociales, con nuestros sentidos comunes y nuestras particulares idiosincrasias. Una tradición que no determina el futuro pero que sin duda oprime nuestro cerebro, a veces como pesadilla, a veces como memoria, siempre como surco. Es esta sociedad la que debe encontrar la manera de vivir mejor dentro de sus límites ambientales o pagar las consecuencias de no hacerlo, la que debe encontrar una institucionalidad posneoliberal que garantice el bienestar de la inmensa mayoría de sus habitantes o “elegir” quienes son los excluidos y los perdedores del apartheid climático iliberal. Creo que este proyecto posneoliberal pasa por avanzar en varias direcciones que podríamos resumir en:
Industrialización verde descentralizada: una apuesta decidida por un modelo industrial de energía barata y salarios altos gracias a las energías renovables. La industrialización preferente de las zonas con más espacio para renovables puede producir una “clase obrera verde” que apoye la descarbonización en las regiones más amenazadas de vaciamiento. La industrialización es clave para ofrecer oportunidades de empleo e inversión que reduzcan la centralidad del sector inmobiliario y la vivienda como fuente de rentas en el modelo productivo español.
Reforma agraria justa: Vuelven los clásicos. Hay que empujar la transición desde un sistema agrario adicto al agua y a la PAC a un mundo rural con múltiples fuentes de empleo y renta: agricultura regenerativa a precios justos, industria verde, rentas de las renovables y pago por mantenimiento de los servicios ecosistémicos. El objetivo es evitar el abandono y el descuido de los bosques que junto a las sequías favorecen los grandes incendios así como construir una base social sólida para la descarbonización en el mundo rural.
Reforma urbana y derecho al fresquito: Igual que hace falta una reforma agraria hace falta una reforma urbana que tenga como objetivo principal garantizar que la vivienda deje de ser un activo extractor de rentas y pasen a ser casas a un precio razonable y de manera indefinida. Un urbanismo que sea motor de la descarbonización y adaptación pasiva al cambio climático: zonas metropolitanas más descentralizadas donde el peatón, la bici y el transporte público ultra-rápido y el coche eléctrico, por ese orden, desplacen los humos mortales del coche diésel3. Unas clases medias beneficiadas por la electrificación y un proletariado urbano con buenos salarios, más tiempo libre y una ciudad para vivir y pasear, con zonas verdes y espacios naturales que garanticen el derecho al fresquito en los veranos cada vez más largos.
Ampliación del Estado del bienestar: la función del Estado del bienestar siempre ha sido dotar de certeza a las clases medias y trabajadoras. Reforzar la sanidad y la educación pública, universal y gratuita. Introducción de nuevas rentas y derechos universales o cuasi-universales que liberen tiempo y empujen a la clase media a aliarse con los de abajo y no con las élites. Estabilizadores automáticos y control de precios inteligentes para amortiguar los impactos inflacionarios de la crisis climática. Rentas de adaptación ante desastres climáticos. Una reforma fiscal verde contra las grandes empresas fósiles pero que apenas afecte a las grandes empresas verdes para dividir al capital.
Democratización y Estado verde inteligente4: ir más allá del neoliberalismo implica recuperar un nuevo papel central para el Estado no sólo en la economía y en el bienestar y seguridad a la ciudadanía, sino en la dirección social. Un Estado más fuerte para disciplinar mercados, finanzas y tecno-oligarcas. Un Estado más inteligente para hacer frente a las incertidumbres de la descarbonización y la crisis ecológica. Una democratización del Estado que desarrolle instituciones más parecidas al país que gobiernan: un nuevo pacto plurinacional mientras garantizamos una península y unas islas en la que seguir discutiendo las próximas décadas; una judicatura menos elitista y parcial; más derechos civiles y económicos que garanticen la libertad y la seguridad de las mujeres y las personas LGTBIQ hoy amenazadas, y que permitan desarrollar nuevas masculinidades que sepan convivir con ellas sin el miedo, el rencor y la soledad de la que se alimenta la extrema derecha.
Esta agenda ecosocialista se concretará en políticas públicas poscrecimiento con un marcado carácter experimental, como ha ocurrido en cualquier cambio de paradigma político-económico, pero en última instancia son palabras vacías si no construimos en torno a ellas un bloque climático, democrático y plurinacional, que articule algunos de los actores señalados: unas clases medias urbanas electrificadas creciendo junto a un Estado más grande y solidario, un proletariado urbano más protegido y con más tiempo libre, una nueva clase obrera verde en la periferia de las zonas metropolitanas y en las capitales amenazadas por el abandono, una base social rural tanto agraria como industrial que regenere en vez de desertificar su medio y un capital verde progresista que se beneficie de la transición ecológica. Una alianza incómoda agrupada en torno a movimientos, sindicatos y partidos con bases y objetivos distintos pero con al menos una tarea común: ganar al bloque retardista para poder construir un futuro habitable.
Aperitivo del #003
En los siguientes post hablaré sobre cómo el cambio climático y la descarbonización de la sociedad podrían provocar la aparición de un clivaje carbón-climático en nuestras sociedades, con profundas consecuencias sociales y políticas.
Soy consciente de esta paradoja de la política climática: que un fenómeno de naturaleza global (aunque desigual) tiene que ser abordado en una escala principalmente estatal. Es la versión espacial de la paradoja temporal entre el largo plazo de la descarbonización y el cortoplacismo político que comentaba en un post anterior
He dudado mucho entre hablar de “vías ibéricas” o “vías españolas” para recoger lo que quiero decir. Más allá de las legítimas sensibilidades terminológicas, la realidad ninguna es perfecta, me he decantado finalmente por hablar de vías ibéricas para así incluir una vía portuguesa que tendrá muchos aspectos similares debido a las similitudes geográficas, históricas y socio-culturales pero que obviamente, al ser una nación con un estado y una institucionalidad propia tendrá también diferencias notables.
Esta licencia poética tiene una base material: casi 30.000 muertos al año atribuibles a la contaminación atmosférica en España, en buena parte provocada por el vehículo privado.
Lo del “Estado verde inteligente” (smart green state) como remedio frente a la incertidumbre radical en medio de la crisis climática es de Stefan Eich en Derisking as Worldmaking: Keynes, Climate, and the Politics of Radical Uncertainty